jueves, 14 de marzo de 2013


Un pequeño relato, René y una novela corta, Atala, dan testimonio de a qué niveles de melancolía se pudo llegar en la literatura romántica. Ambas obras modelos ya clásicos universales de la pasión amorosa que se ve truncada por una realidad siempre esquiva a cumplir los deseos y por ende conducir a sus personajes a la tragedia.
Huyendo de la revolución francesa, Chateubriand (que era partidario de la monarquía constitucional y viendo que parte de su familia bretona fuese ejecutada) emigró hasta Norteamérica, donde residió unos meses y donde se inspiró para escribir algunos relatos inspirados en los indios norteamericanos del condado de Luisiana a finales del siglo XVIII, Los Natchez, (otro de sus relatos) antes de volver a Francia para luchar en el ejercito realista para finalmente acabar exiliado en Londres.
René es una breve confesión. El personaje que en un principio no aclara bien su enfermiza tristeza, mezcla un tanto de nostalgia por la infancia y la pobreza de no haber heredado nada de su padre, intenta aplacarla viajando, más tarde viviendo en contacto con la naturaleza salvaje, (tal vez inspirado en los dictámenes de Rousseau) para después intentar recobrar un amor filial perdido, el de su hermana Amelia, que echa mucho de menos y que llega a ser tan obsesivo que levanta sospechas de ser un amor incestuoso, por lo que su hermana decide apartarse de él buscando refugio en un monasterio de monjas. La insatisfacción por la vida, la soledad y la falta de ilusión van gradualmente erosionando a René que buscando desesperadamente remedios a sus cuitas resuelve viajar a Norteamérica en donde se une a una tribu india. Allí recibe por último una carta que le revela la suerte final de su hermana.
En Atala, breve novela, encontramos más de lo mismo. El anciano Chatcas narra las tribulaciones de su juventud. Rescatado de la esclavitud por un viejo castellano, López, que le educa afectuosamente, decide al de unos años recobrar su independencia, contrariando los consejos de su amo acerca de los peligros de vivir en la libertad de los bosques. Así, Chatcas cae preso de nuevo por una tribu enemiga, los Muscogulgas, que le sentencian a muerte. Una mujer, Atala, le libera y ambos huyen por las selvas hasta encontrarse con un anciano ermitaño que vive en una gruta y que les ayuda. Sin embargo, el amor que nace entre los jóvenes se ve impedido a consumarse ya que Atala estaba comprometida a un juramento que su madre ofreció a Dios, que aquella viviría virgen si nacía sana. Temiendo caer Atala en la tentación del sexo por su amor a Chatcas decide envenenarse para no romper el juramento. Antes de morir, tanto el anciano como Chatcas le reprochan su desacertada decisión juzgando que la religión, en este caso el cristianismo, no es partidaria de fanatismos, sino más bien es redentora y benevolente.
En ambos relatos el tono elegíaco y poético da brillo a una narrativa ubérrima que algunos críticos han preferido calificar de poemas en prosa. Es evidente que Chateaubriand quiso describir la visión idílica del Nuevo Mundo, que tanto le debió impresionar durante su estancia en Norteamerica, sin embargo no es, con todo, el eje primordial de los relatos, (como lo fuera en la novela también de la época "Pablo y Virginia" de Saint-Pierre) Aunque presente la naturaleza aquí y allá, queda un tanto relegada a escenario de fondo. En René el tema más emergente y constante es la melancolía. Tema intrínseco en la literatura francesa que más tarde tomaría el vocablo de "spleen", caracteristico de los simbolistas y más adelante y ya en el siglo XX de existencialismo. En Atala, parece ser la religión cristiana lo que al final se impone junto con la imposibilidad de concluir el amor, que al igual que en René, en ambas novelas justifica esa tristeza hipocondríaca, típico tópico de los románticos.
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"Y a menudo seguía con la vista el vuelo de los pájaros por encima de mi cabeza. Me imaginaba las fronteras ignoradas y los lejanos climas a los que se dirigían; hubiese deseado estar sobre sus alas. Un secreto instinto me atormentaba; sentía que yo también era un viajero; pero una voz celestial me advertía: "Hombre, el tiempo de tu migración aún no ha llegado; espera que el viento de la muerte se alce, sólo entonces emprenderás el vuelo hacia esas regiones desconocidas que tu corazón ansía." -René
 
 "Cuanto más tumultuoso e inquieto es nuestro corazón, más nos atraen el silencio y la paz. Estos hospicios de mi país, abiertos para los desafortunados y para los débiles, suelen ocultarse en recónditos valles que trasmiten al corazón el vago sentimiento que inspira la desgracia y la esperanza en el consuelo; también podemos descubrirlos otras veces en altitudes donde el espíritu religioso, como una flor de las montañas, se yergue hacia el cielo para ofrecerle su perfume." -René
"Algo me faltaba para colmar el abismo de mi existencia: descendía hasta el fondo del valle, subía a lo alto de las montañas, y llamaba con toda la fuerza de mis deseos al ideal objeto de una llama futura; la abrazaba en los vientos; creía escucharla en los gemidos del río, todo vivía en aquel fantasma imaginario, y los astros en los cielos, y el principio mismo de la vida en el universo." -René
"El espíritu del aire sacudía su cabellera azul, perfumada del olor de los pinos, se podía respirar el suave aroma de ámbar que exhalaban los cocodrilos recostados bajo los tamarindos del río. La luna brillaba sobre el azul uniforme del cielo y su luz gris perla se derramaba sobre las cimas difusas del bosque. No se escuchaba ni un solo ruido, tan sólo aquella extraña y remota armonía que reina en las profundidades de la selva. Era como si el alma de la soledad suspirara por las extensiones del desierto." -Atala

"Sin duda desconoces el corazón humano. Si quisieras contar las inconstancias de sus deseos, más te valdría contar el número de olas que arrastra el mar en una tempestad" -Atala

"La luna ofreció su pálido candelabro a aquella velada fúnebre. Se alzó en medio de la noche como una blanca doncella que viene a llorar ante la tumba de una hermana. No tardó en expandir por los bosques el inmenso secreto de su melancolía, que quiso compartir con los viejos robles y las antiguas orillas de los mares." -Atala




Tres funerales de Atala,- Louis Girodet, Rodolfo Amoedo, Luis Monroy -


Gustave Doré
(1832 - 1883)
Algunos grabados, del gran dibujante y escultor francés Gustave Doré para la novela Atala.




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