lunes, 17 de septiembre de 2012

THOREAU EN SEPTIEMBRE

Un 17 de Septiembre de 1839
La Naturaleza nunca tiene prisa. Su sistema gira a un ritmo uniforme. El capullo se hincha imperceptiblemente, sin apremio ni confusión, igual que si los cortos días de primavera fueran eternos. Todo su proceder parece en particular, de momento, el objeto único por el que todas las cosas permanecen. ¿Por qué entonces el hombre debería darse prisa como si algo más breve que la eternidad tuviera que ser asignado a cualquier mínima acción? Déjale que consuma tantos eones como guste para que la minima tarea le salga bien, aunque fuese la de cortarse las uñas. Si la caída del sol parece apurarle a aprovechar el día mientras dure, el canto de los grillos no le tranquiliza, no le enseña a que se tome su tiempo desde ahora y para siempre. El hombre sabio es sereno, nunca se impaciente o se inquieta. Él acepta cada instante ahí donde él está, como algunos paseantes que descansan el cuerpo a cada paso que dan, mientras hay otros que nunca relajan las piernas hasta que acumulan fatiga y se ven obligados a detenerse al poco.


Un 13 de Septiembre de 1852
Debo pasear con mis sentidos más libremente. Es tan malo como estudiar las estrellas, las nubes como hacemos con las flores o piedras. Debo dejar que mis sentidos vaguen igual que mis pensamientos, que mis ojos vean sin mirar. Carlyle dijo que aprender a observar era mirar, pero yo digo que es más bien ver, y cuanto más miras menos observas. Tengo el hábito de prestar tanta atención que mis sentidos no descansan, más aun, están fatigados. No te preocupes en mirar. No vayas al objeto, deja que él vaya hacia ti. Cuando me encuentro a mi mismo mirando y escudriñando a la flores, pienso en que podría también igualmente caer en el hábito de mirar las nubes como correctivo. Pero no, ese estudio es igual de malo. Lo que necesito es no mirar en absoluto, sino dejar  que el ojo pasee.


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