sábado, 19 de mayo de 2012

      MENTE Y MATERIA
Sabemos que hay otros mundos, pero están en este. Aún si esos mundos no son accesibles directamente por nuestros sen- tidos, al examinarlos de otros modos, dejan escapar cierta información que encaja con el otro mundo que nos toca presenciar direc- tamente, el de la naturaleza que compartimos a diario. Por ello creemos en la existencia de ese otro mundo oculto y por ello le otorgamos la confianza que merece. El mundo de lo más pequeño parece esconderse en lo inimagi- nable, en lo increíble, se rige por leyes todavía incomprensibles, se niega a ser dominado, es otro mundo, pero insisto, está en este. Entrar en el fenómeno de la física cuántica es caminar sobre suelo resbaladizo. Los mismos profesionales en el tema reconocen no entender nada. Qué puede esto tener que ver con el blog que nos toca tiene su explicación. Estoy por la ideas, porque de ellas se origina la creatividad. La curiosidad busca en el fondo no tanto satisfacer la intriga que nos pica sino juguetear con el entorno, desde lo más grande a lo más diminuto. Podríamos conformarnos con el momento dado, el presente, pero el que la ciencia busque respuestas no es síntoma de infelicidad sino de deleitarse con la vida misma, con lo divino. Y tal vez, en la búsqueda se encuentre la esencia vital que mana en el universo. Pienso además, que ciencia y espiritualidad coexisten, se necesitan la una de la otra para continuar su emocionante viaje a ninguna parte
Erwin Schrödinger fue uno de los más prestigiosos físicos del siglo XX en materia de mecánica cuántica (el otro fue Heisenberg, del que también hablaré) Sus contribuciones fueron fundamentales para entender parte del fenómeno indeterminista de las partículas subatómicas, principalmente la del electrón y de la dualidad onda-corpusculo en la luz. Desarrolló su propia formula por la cual recibió el premio Nobel en 1933 e ideó el fantástico experimento del gato que está a la vez vivo y muerto para explicar el comportamiento del electrón en el corazón del átomo (ver vídeo). De sus conferencias populares escribió varios libros de gran interés. Uno de mis preferidos es "Mente y Materia". Se trata de un sucinto pero eficaz repaso a los problemas de la filosofía para concluir confesando sus tendencias místicas respecto a la vida, donde la mente y la materia se confunden o funden en un único mundo como objeto y sujeto inseparables.


No puedo tener duda alguna sobre la existencia -o sobre ciertas clases de realidad- de dichas extrañas esferas de conciencia y, sin embargo, no tengo el menor acceso subjetivo directo a ninguna de ellas.
La conciencia es un fenómeno del área de la evolución. Este mundo se ilumina sólo donde o sólo porque desarrolla nuevas formas.          
Podemos, creo, considerar como algo extremadamente improbable que nuestra comprensión del mundo represente una etapa definitiva o final, o que, en algún sentido, ésta sea máxima u óptima.                  
El mundo de la ciencia se ha concentrado en un objetivo horrible que no deja lugar a la mente y a sus inmediatas sensaciones.        
Lo gracioso es concebir la idea de que esa cosa única -mente o mundo- pueda ser capaz de otras formas de apariencia que no podemos captar y que no implican las nociones de espacio tiempo.                  

Mi mente y el mundo están compuestos por los mismos elementos. Lo mismo ocurre para todas las mentes y sus respectivos mundos, a pesar de la insondable abundancia de interacciones mutuas. El mundo me es dado de una sola vez: no uno existente y otro percibido. Sujeto y objeto son una sola cosa. Y no podemos decir que la barrera que los separa se ha roto como consecuencia de la experiencia reciente en la física, porque esa barrera no existe.
Yo diría que: todas las mentes son una sola. Me atrevo a considerarla indestructible, ya que tiene una peculiar tabla de tiempos, esto es, para la mente es siempre ahora. No existe, en realidad, el antes y el después para la mente. Sólo existe un ahora que incluye memorias y expectativas. Pero doy por seguro que nuestro lenguaje es incapaz de expresar esta cuestión y también afirmo, por si alguien así desea decirlo, que estoy hablando de religión, no de ciencia: pero de una religión que no se opone a la ciencia, sino que se sustenta en todo aquello que la investigación científica desinteresada ha traído a la palestra.
La razón por la que no podemos encontrar nuestro ego sensible perceptor y pensante en lugar alguno de nuestra imagen científica del mundo puede expresarse fácilmente en siete palabras: porque esta imagen es la mente misma. Es idéntica al todo, por lo que no puede estar contenido en él como una de sus partes.

 _________________________________________